jueves, 31 de octubre de 2013

Nos hemos vuelto pijos

Hace ya algunos años, bastantes más de los que quisiera reconocer, cuando aún no tenía un sitio en este mundo, cuando mi vida se asemejaba a una especie de valle cubierto por la niebla..., entonces... empezaba a ojear algún fin de semana que otro el suplemento del fin de semana de un conocido y reputado periódico de nivel nacional. El diario me gustaba, si bien no era lector asiduo ni mucho menos. Por ello me animé con el suplemento, en busca de algo nuevo, original, moderno y sincero.

Sin embargo, tras unas primeras aproximaciones un tanto dubitativas, empecé a comprobar que todo lo que llenaba las páginas de la revista era sofisticado, caro y rematadamente absurdo. Relojes para millonarios, vinos rebuscados, hoteles imposibles... Me imaginé que no era más que una ridícula y sibarita elección desafortunada de los redactores. Algo tan exclusivo tenía que morir por sí solo, arrinconado por la realidad cotidiana, los presupuestos ajustados de amas de casa corrientes, olvidado sin remedio como una curiosidad inútil y excesiva.

Desgraciadamente, para mi sorpresa, lo que parecía ser una tendencia aislada y absurda empezó a extenderse como las ondas en un lago, cada vez más lejos, cada vez más grandes. Otras publicaciones se sumaron a los gustos caros, los viajes exclusivos, los regalos desorbitados. Y lejos de producir rechazo, eran aceptadas como si de una nueva biblia se tratara. La gente de la calle, la gente corriente aspiraba en secreto a poder disfrutar de esos lujos, ¡a cualquier precio!

Llegó la moda de diseñar vacaciones exóticas que se pagaban en cómodos plazos. La ropa, de diseño; la tecnología, punta.

La corriente se convirtió en tendencia, la tendencia en moda, la moda en costumbre. Cualquiera presumía de reloj, zapatos, bolso de marca o caprichos varios con tal que cumplieran una única e ineludible condición: que fueran caros, exclusivos, excesivos.

Y así es como creció la fama de marcas ostentosas y absurdamente caras, así es como llegaron modas de dorados y siglas gigantes en gafas y camisas, realmente horteras. La cocina dejó de ser sinónimo de buena alimentación, suficiente y rica, para convertirse en las fantasías más oníricas y estúpidas de cuatro iluminados que nos hacían pasar hambre y vergüenza a precios de escándalo.

España se volvió un país de pijos, sibaritas de tres al cuarto, bufones de la ostentación que no perseguían disfrutar con lo que hacían, sino tan solo ser como el vecino, sino más. Aparentar, gastar, presumir... Se desató una carrera que parecía tener como sola meta huir como despavoridos del reciente y doloroso pasado de penurias, escasez y complejos, represión, miedos y rezos.

La historia se repite, es cierto. A los nobles ociosos, vagos e ignorantes que poblaron estas tierras en los años oscuros del medievo les han sucedido los nuevos ricos, los yuppies, los postmodernos de finales del siglo XX y principios del XXI. No avanzamos más que hacia atrás. De Europa solo tenemos una estrella en una paño azul. Para el resto, seguimos siendo nativos incultos deslumbrados por baratijas; muy, muy caras, eso sí.

martes, 1 de febrero de 2011

A vueltas con el lenguaje

De un tiempo a esta parte se ha ido imponiendo una (fea) costumbre, extendida rápidamente, como no, entre los políticos patrios y otros iluminados, siempre atentos a todo cuanto pueda hacerlos más cercanos al pueblo, más enrollados y más modernos, la de remarcar con la manera de expresarse el gusto por la igualdad de sexos y, por tanto, una lucha despiadada contra el machismo rancio que parece que se había entronado en el lenguaje como una lapa a la roca.

Desde siempre el idioma ha sido el que ha pagado el pato cuando se ha tratado de endulzar las cosas, como si utilizarlo correctamente pudiera resultar ofensivo, vulgar o sospechoso. Así, es fácil recurrir a ejemplos de sobra conocidos en cuanto a las manías culturales recurrentes cada cierto tiempo y que han ido vedando palabras que, en sí mismas, no contenían ninguna otra connotación que su significado puro y llano. ¿Ejemplo?, pues vocablos como culo, parir, mear, cagar, negro, ciego o viejo se han visto estigmatizados por los bien pensantes y se han ido desterrando del uso común, algunos desde mucho tiempo atrás, otros más recientemente, en un proceso que jamás se detendrá, pues cuando una palabra termina por asentarse en el habla cotidiana reemplazando a otra, con el tiempo se cargará a su vez de rasgos peyorativos o el snob de turno decidirá que hay que encontrar otra más en consonancia con los nuevos tiempos.

El caso es que en España, como decía al comienzo, se ha desatado una especie de cruzada (y es que en cruzadas somos expertos, nos viene de lejos) contra el machismo del castellano. Así, ahora se debe decir siempre "Señoras y señores" o "padres y madres", "niños y niñas", etc. Sino lo hacemos, alguien nos mirará mal o se pensará que atentamos contra las mujeres o las niñas o las miembras o lo que sea.

Yo pienso que el lenguaje está para ayudarnos a comunicarnos y la tendencia, desde siempre, al menos en el lenguaje oral, ha sido hacia la simplificación que permita una comunicación lo más ágil y fluida. Si pensamos en el castellano antiguo y en como se ha ido volviendo menos rígido, podemos llegar a la conclusión que hemos ganado en sencillez y la tendencia va en esa línea. Por lo tanto, aunque solamente sea por un sentido práctico, el referirnos a un grupo de gente como señores o niños o padres, utilizando el significado universal del término para designar a todos los presentes, sexos confundidos, no encierra desde mi punto de vista ninguna connotación sexista, sino tan sólo es una manera directa de comunicación, manera que se ha ido asentando en el habla desde hace mucho tiempo de una manera natural.

Se puede argumentar que esa evolución fue machista. Yo creo que fue algo natural. El machismo como tal no ha existido siempre y me refiero con ello que cuando en una sociedad, pongamos en la edad del hierro, los roles sociales eran asumidos por todos los individuos de manera natural, sin discusión alguna, no se puede hablar de machismo. Este "nace" cuando algunos miembros de la sociedad comienzan a plantearse las diferencias sociales como injustas, fruto de una evolución de tareas, ansias, ideales y pensamiento. Cuando se comienza a hablar de machismo, el lenguaje ya tiene su forma y su uso y éstos no han nacido para vejar a las mujeres, sino de una manera espontánea y natural y achacarle ciertas culpas es injusto y anacrónico.

Segunda cuestión: con la cruzada contra el lenguaje supuestamente machista ¿se conseguirá acabar con los comportamientos machistas? Si así fuera, yo sería el primero en encorsetar y entorpecer la fluidez del español no permitiéndome ni una frase del estilo : "los padres llevaron a los hijos a la fiesta de la Asociación de vecinos del barrio y compartieron con ellos un hermoso día de fiesta"; al contrario, me apuntaría al uso liberador y diría tal que así: "los padres y las madres llevaron a los hijos y las hijas a la fiesta de la asociación de vecinos y vecinas y compartieron con ellos y ellas un hermoso día de fiesta".

Pero dudo que hablando de esa manera llegáramos a erradicar los comportamientos machistas. Lo único que lograríamos sería construir frases interminables que terminarían por hacernos olvidar el fondo de la cuestión mientras nos concentraríamos en elaborar frases entera y perfectamente equilibradas y justas. ¿Alguien se ha parado a pensar lo complicado y farragoso que sería llevar esa manera de hablar a sus últimas consecuencias?, ¿y hay otra manera de hacer las cosas en las que uno cree que hacerlas de manera exacta?

Por otro lado, las personas que se empecinan en marcar esas pautas de los-las en todo momento, no sólo exageran su postura, sino que ponen en una herramienta que debe facilitarnos las cosas, como es el lenguaje, pecados que le son ajenos, de la misma manera que para ellos decir viejo sería insultar, cuando esa palabra, en su significado más habitual, no tiene nada de peyorativo. ¿Es un insulto decir que tenemos un libro viejo o un vieja amistad?, entonces ¿que hay de ofensivo decir que alguien de ochenta años es viejo?, ¿le quitamos años diciendo que es una persona mayor?, ¿se sentirá esa persona más joven por ello?

El lenguaje está ahí, para ayudarnos, para servirnos. En sí mismo no es azul ni gris, en todo caso puede ser más feo o más bonito, según se exprese uno o lo haga Neruda, por ejemplo. Y son aquellos que se emperran en extender sus guerras o sus modas o sus complejos a todo cuanto los rodea los que acaban por dañar realmente el lenguaje, politizandolo, manipulandolo  y haciendo de algo universal un arma arrojadiza.

Luchemos contra las injusticias, vale, pero no a base de crear otras o de rozar el ridículo yendo en contra de la lógica más evidente, del uso más normal y hasta de la belleza de un idioma.